Reunión de los lunes

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domingo, 7 de junio de 2009

«Mi marido, el juez, quiso matarme»

Se lo dedico a todas las mujeres del mundo que sufren en silencio o con denuncias que a nadie parecen importar.
Me llamo María Rosa Igay. Soy notario de Sant Celoni. Soy la esposa de José Manuel Regadera, el Juez Decano de Barcelona [Presentó su dimisión el lunes 25]. Pero ahora soy, ante todo, una mujer maltratada. Esposa o esposada, qué más da, encadenada más bien por un hilo invisible que te cierra y del que no te das cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Sé que muchos pensarán que no doy el perfil de mujer maltratada. Puede ser. Una mujer con estudios, con un buen trabajo. Pero el amor no entiende de esas cosas y yo era una mujer enamorada.
El 27 de septiembre de 2007 me fui a Barcelona, dejando atrás mi mundo, mi familia, mis amigos, mi trabajo en Logroño… y me fui a vivir con el amor de mi vida. Pero sobre todo, me fui sola, porque desoí los consejos de mi familia. Pero yo no lo quise ver. Los primeros meses de convivencia fueron bonitos, aunque duros para mí: yo no conocía gente y él no se esforzaba por presentarme a nadie. Pero como estaba enamorada mi mundo era sólo él.
Ya entonces, en una discusión, me castigó abriendo la jaula de mis tres canarios y soltándolos... Fue un gran dolor, uno de ellos estaba enfermo. Pero parecía tan arrepentido... Pensamos en buscar otro piso. Nos mudamos a mediados de octubre, tres semanas antes de la boda, el 6 de noviembre de 2008.
Pero algo cambiaba en él: ya era el Juez Decano, ya empezaba a sentir el poder entre sus manos. Yo le decía que me sentía sola, que nunca salíamos con nadie. Él me decía que, con su nuevo cargo, íbamos a relacionarnos mucho. Durante este año tan sólo me llevó a un acto oficial, la cena del colegio de procuradores donde estaba ella y a tres o cuatro cenas con jueces y sus mujeres en que sólo hablaban de trabajo.
Poco a poco empezó a esquivarme, en todos los sentidos. Él tenía todas las semanas cenas y comidas, pero nunca, según él, eran con esposas, aunque ella, sí que iba: por algo también es magistrada.
El tercer fin de semana de marzo fue un infierno. Los fines de semana, uno de cada dos, teníamos a sus hijos. Yo le pedía a José Manuel que me diera mi sitio, que me apoyara cuando yo le decía a un niño. Ese domingo él me contestó: "Qué sabrás tú de educar hijos si ni siquiera puedes tenerlos". Ese golpe me dolió más en el corazón que los que me dio días después, porque yo, hubiera dado mi vida por tener un hijo, cosa que no puedo. Se marchó con sus hijos y, como llevaba ya más de dos meses haciendo, sin decirme nada me dejó sola en casa. Llegó a la cena. Antes, por lo menos, salíamos por la tarde después de dejar a los niños. Cuando volvió a casa le dije que era la última vez que me dejaba todo un domingo tirada como una colilla, limpiando, recogiendo y encerrada en casa. A lo que él respondió que me podía ir preparando porque pensaba seguir haciendo lo mismo.
LE DABA ASCO EN LA CAMA
Ahí fue cuando le dije que no pensaba pasar el resto de mi vida así, y que quería el divorcio. Supongo que él lo estaba deseando porque rápidamente dijo que sí. Era el domingo 22 de marzo. La única que sabía lo que pasaba era mi colega de Sant Celoni, y le pedí ayuda porque no conocía a nadie. La noche del martes intenté volver a hablar con él, pero fue inútil: me dijo que no me soportaba, que le daba asco dormir conmigo, tocarme, sentirme y que, por supuesto, habitaciones separadas. Al día siguiente ni nos vimos: se iba a San Sebastián. Ni un mensaje ni una llamada para decirme si había llegado bien.
El lunes 30 mi compañera de despacho me presentó a una amiga suya que era casi vecina mía: ella ha sido mi tabla de salvación porque yo no conocía a nadie en Barcelona salvo a los amigos de él. El martes 31 intenté volver a hablar con él por la noche, me humillé, le pedí de rodillas que fuéramos a un consejero matrimonial, que qué nos pasaba, que llevábamos cuatro meses casados, a lo que él, frío y duro, contestó que no le hacía falta nadie que le dijera qué tenía que hacer. Que se iba a quedar con el uso de la casa porque, aunque el 75% es mío, él era la "parte más débil" por tener dos hijos de su primer matrimonio. Además que él era el Juez Decano y nadie iba a fallar en contra suya.
Al día siguiente, 1 de abril, mi nueva amiga me llevó de urgencia a un psiquiatra. Yo estaba con un ataque de angustia, con taquicardias. Me recetaron Tranquimacid a todas horas. También consulté con una abogada de Zaragoza, me daba miedo su poder en Barcelona, y me dijo que intentara grabarle con el móvil cuando me amenazara con usar su poder como Juez Decano.
Y llegó el jueves 2 de abril. Me metí en la biblioteca para ver si algo me motivaba a leer. De repente vi unos papeles que sobresalían de un libro: era una reserva de vuelo hecha por internet el 13 de febrero a nombre de él y de una jueza magistrada de Barcelona, cuyo nombre, de momento, me reservo. Y una reserva de hotel en el Trip Orly de San Sebastián, habitación doble para uso de dos personas... Ese era el viaje de la semana anterior, preparado hacía mes y medio, tiempo durante el cual lo único que hizo fue humillarme, empequeñecerme, hacerme sentir que yo no valía nada. Me tuve que tomar otro Tranquimacid. Nosotros habíamos vuelto de viaje de novios el 21 de noviembre...
Llegó al poco rato, sobre las ocho, y le dije lo que había descubierto. Él lo negó diciendo que era un error del hotel. Se bajó a cenar a la cocina y se bebió media botella de vino. Nos sentamos a ver la tele en silencio. Se sirvió un primer whisky, un segundo y, cuando lo terminó, se giró hacia mí, se rió y me dijo que sí, que todo era verdad, y que era con la que me imaginaba, que llevaban unos dos meses y que ella sí era una mujer de verdad, que le daba placer en la cama, no como yo que no sirvo para nada. A partir de ahí empezaron las lindezas. Se tomó un tercer whisky y seguimos discutiendo.
Yo estaba tapada con una manta porque estaba helada de frío y cuando se fue a la cocina a por su tercer o cuarto whisky, me la jugué: cogí el móvil y le dije que qué íbamos a hacer con el piso, que se fuera a vivir con su amante. Él me dijo que me marchara yo. Ahí encendí el móvil, la grabadora, sólo 30 segundos que es lo que dura, y le pregunté si es que se iba a prevaler de su posición de Juez Decano, a lo que contestó: "Sí, me voy a prevaler en todo, en todo". Y yo añadí: "Nadie va a dictar una sentencia contra ti". Y él dijo: "No". Ahí termina la grabación. Luego añadió: "Pobre niña tonta, no sabes la que se te viene encima". Pero esto ya no lo pude grabar.
GOLPES EN LA CABEZA
Salió al balcón a fumar y con el whisky. Entró y subió a su habitación, bajó y dijo que se iba a dormir. Yo le seguí por la escalera y le dije que no me dejara con la palabra en la boca, que se tenía que marchar de casa en una semana, que yo no iba a consentir vivir con un hombre así. Entonces me agarró por las muñecas, me retorció el brazo, me golpeó la cabeza contra la puerta y contra la pared, intentando sacarme a rastras de la habitación. Me sacó medio cuerpo y me dejó dentro parte de la cabeza y el brazo derecho, apretó con todas sus fuerzas, casi hasta partirme el brazo. Luego intentó agarrarme las dos muñecas con una sola suya: ahí fue cuando pude soltar un brazo y arañarle la cara. Me tenía inmovilizada y yo no podía ni levantar una pierna para intentar golpearle. De pronto me soltó y me dijo: "Se acabó, voy a acabar contigo".
Bajó corriendo la escalera: el piso es un dúplex, justo debajo está la cocina y hay dos tramos de nueve escalones. Oí cómo abría un cajón y sonaban los cubiertos y cuchillos y él subía corriendo. Tuve el tiempo justo para encerrarme en mi habitación, que es la única con pestillo, y atrancar la puerta con una mesilla. Él llegó, intentó abrir pero vio que no podía. Se quedó fuera, en el rellano, le oía pasear. Llamé al 091 y me pasaron con los Mossos d'Esquadra. Me dijeron que acudían inmediatamente. Volví a llamar porque no llegaban y al poco llamaron al timbre. Mi marido seguía al otro lado de mi puerta y yo no me atrevía a abrir. Él no abrió. Volvieron a llamar por segunda vez, yo llamé por teléfono y les dije que no me atrevía a salir. Él tampoco abrió. Me llamaron ellos al móvil y me dijeron que estaban en la puerta. Aporrearon literalmente el timbre, insistiéndome a la vez por el móvil que si no les podía abrir. Yo lloraba, me dijeron que me tranquilizara, que mirara con cuidado. Abrí el pestillo y ahí estaba él, mirándome con odio, se encerró en su habitación y me la jugué.
Bajé corriendo y entraron cuatro Mossos d'Esquadra. Uno de ellos le dio la mano a él, le saludó como "su señoría" y se encerró con él en su despacho. Antes, el señor Regadera preguntó si no se podía avisar a no sé quién, alguien influyente. Los otros tres se quedaron conmigo, hicieron un atestado de lesiones y dejaron constancia de mis golpes, moratones y estado de ansiedad. Me ofrecieron llevarme a un hospital. Nos preguntaron si queríamos presentar denuncia, a lo que dije sí. Mi marido, nada. Por supuesto no fue a hacerse ningún parte de lesiones: ¿qué lesiones? Si sólo tenía un arañazo en la cara...
Cuando salieron del despacho, el mosso que le había saludado me dijo que no me preocupara, que mi marido se iba a dormir a un hotel vigilado por ellos. Luego me enteré que a donde tenía que haber ido era al calabozo y no a un hotel. ¿Quién pagó ese hotel? ¿La ley no está hecha para el Juez Decano de Barcelona?
Cuando regresé a mi casa eran las siete de la mañana, la hora en que yo me levanto: llevaba 24 horas levantada, mientras que él dormía plácidamente en un hotel. A las 10, los mossos que me escoltaban en la calle subieron a rogarme que hiciera la maleta y me fuera de casa, porque a mi marido le habían retirado la escolta y andaba libre por Barcelona, que les enseñara una foto suya porque no le conocían. Llamé a mi amiga de una semana y le dije que si podía ir a su casa. ¿Cómo es posible que anduviera tan campante por la calle y yo tuviera que esconderme como una delincuente para evitarle? ¿Está el mundo al revés o la justicia no es igual para todos? Declaré como perjudicada y conté la historia que les he narrado.
Luego declaró él, con la fantasiosa historia de que era yo la que le había pegado un bofetón y llamado cabrón, que yo era más fuerte que él porque soy cinturón negro de kárate. Es tan fantasioso como decir que un cinturón (soy marrón, no negro) utiliza como agresión un tortazo, y como defensa, un arañazo. El kárate lo practiqué hasta 1997, nunca fui a ningún campeonato. Después, durante tres años, estuve haciendo sólo ejercicios tipo Katas un día a la semana. Un karateka sabe que no debe entrar en el cuerpo a cuerpo porque entonces no puede desarrollar sus golpes. Lo que allí hubo fue un hombre que inmovilizó a su mujer, la pegó e intentó matarla.
Mi grabación tampoco se admitió como prueba porque, según la juez, "no afectaba a la calificación jurídica de la que venía acusado el señor Regadera". Según su defensa, se había producido "única y exclusivamente una situación de crisis matrimonial". El señor Regadera apareció por la puerta principal diciendo que todo había sido una crisis matrimonial que nunca debía de haber llegado a conocimiento de la Justicia, ni trascendido a la prensa. Salí destrozada de dolor por el garaje.
Yo me pregunto y les pregunto a ustedes: ¿las discusiones familiares terminan con moratones de la mujer, hematomas en la cabeza y traumatismo cráneo encefálico? ¿Sólo si te matan es violencia doméstica, lo demás es una simple disputa? ¿Cómo puede decir la juez que no procede el archivo ni el sobreseimiento provisional y, a la vez, denegar la orden de alejamiento y considerar que, como es una disputa porque nos vamos a separar, no corre peligro mi vida y no procede la orden de alejamiento? ¿Acaso me tenía que volver con mi marido a casa tan tranquila?
Quiero agradecer a los tres Mossos d'Esquadra que no se cuadraron ante un maltratador, por muy juez decano que sea, por los que me sentí apoyada. A toda la comisaría de Sarriá-Sant Gervasi que me trató con gran delicadeza. A las auxiliares que me acompañaron en la ambulancia, (en especial a Silvia, que me dio su móvil para que la llamara), a Anna, del Grupo de Atención a la Víctima de los mossos que me dio su teléfono, a la clínica Quirón, al médico y a las enfermeras que me atendieron. A la gente que me ha acogido estos días porque soy incapaz de regresar sola a mi casa. Gracias a todos.
Yo he hablado y contado mi experiencia. Me ha costado una semana larga de reflexión porque le tengo miedo, pero siempre he sido valiente, me he hecho a mí misma, soy hija de un simple empleado de banca y de una ama de casa. Pero tengo la posibilidad de denunciar esto: que un juez decano no es Dios, que las mujeres no podemos esperar a que nos protejan cuando ya estemos muertas, que ya basta de denuncias archivadas y de muertes de mujeres. Mi padre murió en 2003; no llegó a poder sentirse orgulloso de su hija por ser notario, por haber conseguido una carrera, que era lo que siempre él había querido. Espero que allí donde esté se sienta orgulloso de su hija, de una mujer que sabe defenderse y que no piensa soportar que nadie la humille ni la maltrate.
Pese a todo, creo en la Justicia. Porque nadie se puede amparar en su cargo para conseguir la impunidad. Estamos en un Estado democrático de derecho.

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